VANDALIZADOR VANDALIZADO: Ataque de graffiteros a la exposición de José Carlos Martinat en Buenos Aires

La desesperada búsqueda de trasgresiones nuevas en el arte contemporáneo logra un retorcimiento adicional: la exposición de los graffitis que José Carlos Martinat expropió de las calles de Buenos Aires fue a su vez expropiada de la mirada pública mediante un "asalto" a la galería Ignacio Liprandi de esa ciudad. Una acción de "guerrilla cultural" organizada por los propios afectados. Es decir, los graffiteros mismos, y en apariencia también vecinos que se sentían identificados con las expresiones literalmente borradas del mapa urbano.
Con armas propias (tubos de aerosol) y ajenas (los extinguidores de la misma galería Ignacio Liprandi), los street artists deshicieron la muestra de desechos pictóricos durante su inauguración, manchando incluso la cámara del artífice y la camisa del marchand. Una acción reminiscente de la irrupción de los graffiteros brasileños en la penúltima Bienal de Sao Paulo, cuando colmaron con sus marcas repentistas la solemnidad de las paredes del pabellón de Ibirapuera que se habían dejado vacías como un aserto cuasi filosófico de la curaduría. (Esa historia terminó peor: ventanales rotos, policías, algún arresto).
Habrá, sin duda, necesidad de re-flexionar sobre la sintomatología de estas dialécticas. El goce tal vez buscado por Martinat era el de vandalizar la vandalización, en el mismo gesto que recupera para el mercado la visualidad anárquica de la calle. O quizá lo contrario, si así lo quiere el discurso que se intente adoptar. Pero en cualquier caso hay cierto materialismo vulgar en creer que el soporte material del graffiti es la fisicalidad del muro, en vez de la sociablilidad de las relaciones que hacen de esa intervención un acto destructivo o constructivo de comunidad, según el caso.
Habrá, sin duda, necesidad de re-flexionar sobre la sintomatología de estas dialécticas. El goce tal vez buscado por Martinat era el de vandalizar la vandalización, en el mismo gesto que recupera para el mercado la visualidad anárquica de la calle. O quizá lo contrario, si así lo quiere el discurso que se intente adoptar. Pero en cualquier caso hay cierto materialismo vulgar en creer que el soporte material del graffiti es la fisicalidad del muro, en vez de la sociablilidad de las relaciones que hacen de esa intervención un acto destructivo o constructivo de comunidad, según el caso.
Era probablemente indispensable hurgar críticamente en las complejidades de esta circunstancia última para lograr una densidad artística significativa. Obviar tales tareas debilita la obra, conceptual y políticamente, pero también en su sostenibilidad, como pareciera sugerir la experiencia de Buenos Aires.
La sola descripción de los hechos es ya de por sí instructiva. Para lograrlo, me apropio a continuación de la narrativa publicada por Carlos Iglesias en Radar, el suplemento cultural del periódico porteño Página 12.
PARED CONTRA PARED
La sorprendente represalia en una muestra de graffitis apropiados
Claudio Iglesias
El peruano José Carlos Martinat viene exponiendo en diversas galerías graffitis apropiados. Y esto quiere decir literalmente apropiados: los trata con químicos en las paredes de la ciudad donde los encuentra, desmonta trozos de esas paredes, deja un hueco y expone lo que se lleva en una galería. Pero cuando lo hizo en la galería Liprandi, hubo una variable que no contempló: lo que se apropió en las calles de Buenos Aires no eran graffitis sino street art con dueños concretos. Dueños que tomaron por asalto la galería en un operativo comando digno del Guasón.
Al lado quedaron, aleladas, las maquetitas del Congreso y la Secretaría de Inteligencia en las que el artista invitaba a dejar risueñas pintadas de marcador. Verboseos contra Macri y recuerdos a algún coleccionista estuvieron en la pobre cosecha de comentarios. El muro de Facebook, en cambio, siguió creciendo y diversificando sus nichos de público: graffiteros en plan amenazante, vecinos indignados (“¿tiene derecho este tipo a arruinar las calles y apropiarse de algo público de una ciudad que ni siquiera es la suya?”), profesores de arte con citas abajo del brazo, trolls ocasionales y defensores del patrimonio tratando de aparatear la situación en su provecho alimentaron una sopa de comments llena de referencias a Cindy Sherman, argumentaciones pseudo jurídicas y consabidas menciones a Tinelli (para parafrasear la ley de Godwin: si se prolonga lo suficiente, toda discusión cultural en la Argentina acaba en una comparación con Tinelli).
La muestra fue levantada, pero la polémica siguió circulando en un espacio que el artista no previó. Martinat ahora tiene otra muestra en San Pablo, una ciudad en la que el conflicto entre el sector formal del arte contemporáneo y el segmento de la cultura de los “pixadores” está mucho más a flor de piel y tiene larga historia (incluyendo dos ciclos de virtuosismo vandálico, escándalo y causas penales en las últimas ediciones de la Bienal). Es de temer, por lo tanto, que si se mete con los graffiteros de esa ciudad le pinten algo más que la cámara.
La muestra fue levantada, pero la polémica siguió circulando en un espacio que el artista no previó. Martinat ahora tiene otra muestra en San Pablo, una ciudad en la que el conflicto entre el sector formal del arte contemporáneo y el segmento de la cultura de los “pixadores” está mucho más a flor de piel y tiene larga historia (incluyendo dos ciclos de virtuosismo vandálico, escándalo y causas penales en las últimas ediciones de la Bienal). Es de temer, por lo tanto, que si se mete con los graffiteros de esa ciudad le pinten algo más que la cámara.
RECUADRO:

Así quedó la galería de Ignacio Liprandi (acá con la camisa manchada) tras el ataque comando de vecinos y street artists de Buenos Aires: vaciaron los matafuegos del edificio, pintaron con aerosol sobre paredes y personas y se esfurmaron. Lo consideran un ojo por ojo.
Etiquetas: Bienal de Sao Paulo, graffiti, Liprandi, Martinat