ARTE ≠ VIDA ≠ MUERTE
INVOLUNTARIA REIVINDICACIÓN DE EDUARDO VILLANES
POR EL GRUPO COLINA
Atención a la pequeña nota y a la instantánea decisiva que hoy dan un sello histórico, también en términos artísticos, a la segunda página del diario Perú.21: allí aparece declarando Jesús Sosa Saavedra, uno de los principales integrantes del paramilitar Grupo Colina, durante el juicio por crímenes de lesa humanidad que se le sigue al ex-dictador Alberto Fujimori. En un intento por disociarse de al menos algunos de los interminables delitos que también a él se le imputan, Sosa levanta con su propia mano una aparente fotografía que en realidad es una obra del artífice Eduardo Villanes.
Se trata de un ejemplar del tiraje de autoadhesivos con el rostro negado de Martín Rivas –jefe del grupo Colina–, al que identifica como "Kerosene": un apodo que se dice le fue adjudicado en el ejército por ciertas tareas habituales de desaparición de cadáveres mediante la quema de las víctimas de asesinatos extrajudiciales. Sin embargo también Sosa habría hecho méritos para recibir este nombre infernal, y es en un intento de sacudirse esa reputación que él ahora ofrece como evidencia la adjudicación artística del apelativo a su compañero de armas.
La densidad de ese gesto amerita una reflexión imposible de elaborar aquí en toda su complejidad. Baste, por ahora, un par de señalamientos sucintos. O quizá tres:
En primer término, la trascendencia de que materiales provenientes de la operatividad artística –aunque con clara vocación de exterioridad política– sean usufructuados para la argumentación jurídica, en una realización no deliberada del sentido transgresor de fronteras y especifidades inscrito en las iniciativas de Villanes. Sin saberlo, el paramilitar Sosa se torna así en instrumento de lo que en otros contextos he denominado arte conceptual involuntario. Como bien postulaba el grupo chileno C.A.D.A. (Colectivo de Acciones de Arte), la vida completa la obra. A veces, agrego, por las vías más desviadas. Dios escribe sobre reglones torcidos.
En segundo lugar, la ironía profunda de que un represor paradigmático exhiba ahora como evidencia exculpatoria (pero también como delación implícita de su cómplice) imágenes perseguidas por el propio aparato represivo de la dictadura a la que él prestó tan macabros servicios: hacia 1996 Villanes fue detenido en el acto de pegar esos autoadhesivos en las paredes del Centro Histórico de Lima. La acertada intervención de grupos de derechos humanos facilitó entonces su pronta liberación. Y el arrebato icónico de Sosa termina de reivindicarlo, en una ejemplar puesta en abismo de los poderes dialécticos del arte.
Eventualmente Villanes se mudó a los Estados Unidos, pero la perdurabilidad de sus gestos iluminadores queda exaltada por gestos oscurantistas como los que hoy registra Perú.21. Una nota y sobre todo una fotografía que me llevan a la tercera e inacabada meditación, prolongando en realidad preocupaciones que me inquietan desde los años tempranos de nuestra violencia grande, en la década de 1980.
Ya ni recuerdo cuándo, en aquella época, empecé a postular la idea de que en el Perú se pervierte la famosa ironía de Óscar Wilde sobre cómo no es el arte el que imita la vida sino la vida al arte. Entre nosotros, con excesiva frecuencia, es la muerte la que con el arte compite. En sus estrategias varias y en tantos sentidos. También de espectacularización y simulacro.
Cierto arte, sin embargo, reclama sus fueros libidinales al infiltrarse en los códigos y procesos más siniestros para corroerlos desde las entrañas de lo simbólico. Ejemplo preciso de ello han sido otras incisivas intervenciones de Villanes sobre el desprecio oficial hacia los restos de los desaparecidos de la Universidad de La Cantuta, entregados a sus deudos en las recicladas cajas de cartón que entre nosotros suelen utilizarse para el arrojo de basura. Entre 1994 y 1995 el artífice revierte aquel gesto infame al jerarquizar el hecho aparentemente fortuito de que esos degradantes envases portaban un nombre comercial de connotaciones redentoras y místicas: leche GLORIA.
El azar no existe, claro, y sobre esas y otras pautas debería diversificar esta deriva reflexiva (la aliteración es deliberada). Por el momento me limito a sugerir una modificación política, quizá melancólica, en el título de la exposición neoyorquina con que a principios de este año el Museo del Barrio procuró resumir los recorridos del accionismo “en las Américas”. Al menos para contextos de peruana extremidad, la frase sígnica pertinente sería ARTE ≠ VIDA ≠ MUERTE.
POST-DATA: además de Villanes, otros artífices han elaborado propuestas significativas sobre el emblemático caso de La Cantuta casi en el momento mismo que se pretendió borrar las consecuencias legales de esos crímenes mediante la Ley de Amnistía impuesta por la dictadura en 1995. Sobre las acciones entonces realizadas por Ricardo Wiesse (y los impresionantes registros a cargo de Herman Schwarz y Augusto Rebagliati), Micromuseo efectuó hace tres meses una exposición cuyos nutridos rastros pueden encontrarse en nuestro sitio web.
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4 Comentarios:
Totalmente de acuerdo Gustavo, salvo en un dato. El apelativo verdadero de Jesús Sosa es justamente "Kerosene", ese nunca fue el apelativo de Martin Rivas, Lo que hace Sosa es apoyar su afirmación, de que él no es Kerosene, en el hecho de que existe un "documento"(no importa si este documento en realidad es una construcción plástica para una operatividad distinta que la de la identificación legal, de un operador cultural identificable como Eduardo Villanes).
Sosa sustenta su "inocencia" en la afirmación que le confiere un "documento" donde la identidad de Kerosene se desliga de la de él y se la confiere a su jefe operativo Martin Rivas. Del error documental al horror de la impunidad.
Totalmente de acuerdo, Alfredo, salvo en un dato: el "error documental" de Villanes no lleva al horror de la impunidad. Desata, más bien, una secuencia de contradicciones entre los represores donde la delación entra en juego –a pesar del libreto exculpatorio previamente pactado.
En otras palabras, el equívoco artístico al individualizar el crimen facilita su correcta adjudicación corporativa al aparato represor todo. Otra vez, el azar no existe.
En 1993 se descubrieron las identidades de algunos integrantes de Colina. El alias “Kerosene” correspondía al mayor Rivas según información de la revista Caretas (13 de mayo de 1993). En base a este dato empezé a serigrafiar los stickers cuando trascendió que la información estaba errada, “Kerosene” no era Rivas, era Sosa. Yo continué con el trabajo ya que me pareció que el error invitaba a una “aclaración”, imposible, de parte de Colina. Es increible que esta aclaración finalmente ocurriera.
El sticker “Kerosene” fué el primero en una proyectada serie dedicada a cada uno de los integrantes de Colina. Un tiraje nuevo por semana, pegado anónimamente en puntos estratégicos de Lima (Congreso, Plaza de Armas, etc). APRODEH (Asociación pro Derechos Humanos) respaldó el proyecto.
Luego de mi arresto fuí informado por el director de APRODEH que se cancelaba el respaldo a mi proyecto y que no contara con ellos para el futuro. Esto resultó muy riesgoso para mi, si inicié el proyecto fué porque tenía a mi lado una institución de presencia internacional, APRODEH, sinó no lo hubiera hecho. A continuación hubieron amenazas telefónicas y seguimientos. Cancelé la presentación de un video relacionado al tema.
El periodista Manuel Boluarte, integrante de APRODEH, mantuvo su apoyo entusiasta a mi proyecto. Igualmente lo hicieron los familiares de los desaparecidos de La Cantuta. Ellos continuaron pegando los stickers, Manuel pegó varios en las paredes lugar del asesinato de Barrios Altos lo cual fué muy criticado por organizaciones de derechos humanos que temían que esta acción sea vista como del estilo de actuar terrorista.
Que ironia, quien iba a pensar que ese tipo iba a tener esa foto y mostrarla en el jucio. Un poco mas y saca la invitacion de la muesta que fue hecha con cartones de leche Gloria.
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