“CÓMO NO CREER EN DIOS”: ofrendas musicales a Sarita Colonia
Sophía Durand (Micromuseo). "Las mañanitas" para Sarita Colonia: ofrenda musical de las Espuelas de Oro de Jalisco en el mausoleo de Sarita Colonia. 2007. Video, 4:48". Colección Micromuseo ("al fondo hay sitio")
Sophía Durand (Micromuseo). "Cómo no creer en Dios": ofrenda musical para Sarita Colonia. 2007. Video, 4:48". Colección Micromuseo ("al fondo hay sitio")
“CÓMO NO CREER EN DIOS”:
OFRENDAS MUSICALES A SARITA COLONIA
Nuestro post anterior rinde cuenta de la ofrenda pictórica que con brocha gorda subvierte las prácticas minimalistas de cierto arte conceptual, insertando las estrategias simbólicas de Micromuseo en los derroches expresivos de la religiosidad popular. Los “cielos rosas para Rosarita” acompañaron con sus encendidos fulgores fucsia la unción y la algarabía de los miles que el pasado 20 de diciembre acudieron al mausoleo de Sarita Colonia para conmemorar los 67 años de su desaparición física. Se reiteró así el ritual impresionante en que oraciones y liturgias compiten –a veces a viva voz y mediante reclamos altisonantes– con el ánimo festivo de quienes hacen de la música y de la danza y de la alegría el principal instrumento de su fe.
Arriba cuelgo, en primer término, el registro en video de una de esas manifestaciones, a cargo de Las Espuelas de Oro de Jalisco, mariachis del distrito limeño de Independencia, contratados como ofrenda musical por un@ devot@ radicad@ en Italia. Como contrapunto (también musical) incluyo después la intervención anónima de un acordionista popular cuya vocación más discreta lo llevó al mausoleo en la víspera del aniversario, acompañando los rezos y limpiezas previas con un canto de elocuencia incisiva: “Cómo no creer en Dios”. (Ambos registros fueron realizados y editados por Sophía Durand).
A continuación un fragmento interpretativo de estas celebraciones tomado del estudio “Sarita Colonia: de ícono religioso a héroe cultural”:
“Economías que crecen desde la carencia y la marginalidad casi absolutas hasta redefinir nuestra modernidad a su imagen y semejanza. Una modernidad dispersa e inorgánica, como las formas y sentidos de los cultos religiosos que la manifiestan. Todos los días, pero en particular los días lunes, día de la luna y de las almas, los devotos hacen paciente fila para visitar el mausoleo de Sarita. Y a celebrar su cumpleaños o a conmemorar su desaparición acude una variedad impresionante de fieles, que va desde las mamachas más tradicionalmente andinas a jovencitas minifalderas ensayando extravagantes mezclas de looks cosmopolitas. Pasando por grupos de homosexuales y... de pequeños-burgueses-ilustrados (como este humilde servidor). Pero todos portando efigies y ofrendas que suelen ser alimentos –sobre todo pan y chicha, morada o de jora– generosamente compartidos entre los demás creyentes en una especie de eucaristía suculenta y popular. Las imágenes mismas se reproducen sobre polos, globos y estampas para ser intercambiadas en un casi carnavalesco potlatch donde la solidaridad y la reciprocidad parecen ser, por unas mágicas horas, otra vez posibles.
La solidaridad y la unidad de lo diverso: no sólo todas las sangres sino incluso todas las culturas parecieran querer darse cita en estos rituales eminentemente festivos. En ellos participan varios conjuntos tanto de mariachis como de música chicha. También el compositor criollo Augusto Polo Campos, quien en 1983 apadrinó el nuevo mausoleo de Sarita junto con la cantante Cecilia Bracamonte, entonces su mujer. Entre las tonadas que se le dedican encontramos un bolero, un vals (interpretado por Las Limeñitas), y al menos tres canciones a ritmo de ‘cumbia tropical andina’. Igualmente ritmos fusión, rock y hard-core grabados a fines de los años noventa por grupos como Radio Criminal y Colegio de Monjas. Además, por supuesto, de Los Mojarras, cuyo primer disco ostenta en la portada el detalle de una Sarita tatuada sobre el tasajeado cuerpo de un delincuente: imagen popularizada por las revistas policiales y recuperada por ciertas subculturas musicales como un blasón de marginalidad antes que como muestra de una devoción cuyo sentido religioso no necesariamente comparten”.
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