LAS MALAS INTENCIONES: Sugestiva lectura de Ricardo Bedoya en "El Comercio"
No suelo comentar las iniciativas surgidas de mi entorno familiar más cercano, salvo cuando ellas involucran las propuestas e ideales mayores de Micromuseo. Tolerancia pido para la excepción en la que ahora incurro, aunque en realidad se trate no de una declaración mía sino de un testimonio y de un señalamiento. Me refiero a la sugestiva lectura que el reconocido crítico Ricardo Bedoya le dedica a la película Las malas intenciones en la edición de hoy, jueves 20 de octubre, del diario El Comercio. La directora de la cinta es Rosario García-Montero y su protagonista –Fátima Buntinx Torres– es hija de mi esposa (Susana Torres Márquez) con este humilde servidor. Susana es además la codirectora de arte del proyecto, junto a Patricia Bueno.
Fátima tenía apenas ocho años al momento de la filmación. Dudamos mucho en autorizar su participación, por cierta incomodidad nuestra con la sociedad y las culturas del espectáculo, pero la revisión del guión disipó cualquier duda. Se vislumbraba allí una visión seria, poderosa, aguda –personalísima– sobre los inicios de la gran violencia en el Perú de la década de 1980, tal como ella fue entonces vivida por algunos sectores limeños: un rumor lejano pero creciente y ominoso. Misterioso. Tal vez uno de los logros mayores de la película sea ese ingreso oblicuo a la tragedia nacional desde el registro sensible de una niña en realidad atrapada por sus desgracias personales. Y el entrecruzamiento –en la realidad y en la fantasía– de ambas circunstancias. La historia realmente vivida por seres humanos concretos. Y el heroismo de la vida cotidiana.
Transcribo a continuación el artículo publicado en El Comercio.
CRÍTICA DE CINE
Las malas intenciones
“Las malas intenciones”, primer largometraje de Rosario García Montero, es el retrato de Cayetana de los Heros (Fátima Buntinx), una niña sensible, inteligente y acosada por mil fantasías de exclusión y muerte. Se ciernen sobre ella los malestares del asma; los descuidos de un padre negligente; las ausencias prolongadas de una madre viajera; la enfermedad de Jimena, su tía y amiga cercana; la violencia de un entorno político cada vez más hostil; la memoria de las gestas fallidas de los próceres y héroes de nuestra historia. Y para colmo, la peor de las noticias: el nacimiento próximo de un hermano, el hecho de que en su activa fantasía tanática la sacará de modo definitivo de escena, hasta volverla invisible.
La película fecha y sitúa la acción. Transcurre entre los meses finales de 1982 y los primeros días de mayo de 1983. Son tiempos de horror y masacres como la de Uchuraccay. Hechos vistos y filtrados por la mirada curiosa y penetrante del personaje de Cayetana, que impone su punto de vista en la película.
Pero son también épocas de transformación. En compañía de la niña asistimos a un proceso de ruptura, tránsito y reintegración problemática a la familia y la vida social. Desde que se entera del embarazo de la madre hasta el nacimiento del hermano, Cayetana se sitúa en el umbral. La película la sigue en esa fase de tránsito a través de una multiplicidad de incidentes. Ellos le permiten despejar las ilusiones sobre su padre, al que aprende a llamar Francisco, para aceptar al nuevo esposo de su madre, aunque sea un deportista perdedor. Comprobar que la muerte ronda en torno de Jimena, de los héroes o de tercos animales, como los cuyes, que ella trata de salvar pero que regresan a la jaula para terminar en la parrilla. Pero también encontrar su afinidad esencial con la vida, a través de la empatía póstuma con el chofer y el gesto final hacia el hermano al que ofrece torpes y apurados “soplos de la vida”, como antes vertió leche sobre los moribundos gatos.
Lo mismo ocurre con los miembros de su familia. En esos meses comprueban que ya perdieron el control de sus tiempos, espacios y diversiones. La madre acelera contra el tráfico para atravesar un Centro de Lima amenazante; los padres y abuelos cambian la casa de mosaicos sevillanos donde reciben la Navidad cantando villancicos por una playa de Ancón desbordada donde su lancha será empujada y conducida por niños de otra clase y otro lugar; Ramón es despojado de sus prendas y trofeos deportivos por una incursión aleccionadora de los terrucos en la mansión de campo. Desde un punto de vista de clase, es el tiempo en que las escenografías familiares se degradan: el interior del auto familiar da cuenta de ello. Don Isaac (Melchor Gorrochátegui), el chofer de la familia, pleno de bonhomía, que conduce mientras escucha canciones criollas, es reemplazado por un ‘chaleco’, conductor del auto, ahora protegido por unas lunas polarizadas que pretenden una invisibilidad que Cayetana rechaza a gritos.
“Las malas intenciones”, más allá de algunos altibajos –concentrados en las escenas “imaginarias”–, muestra un estilo personal, una sensibilidad, un humor singular, una dirección artística impecable, una de las actuaciones más sorprendentes y emocionantes del cine peruano –la de Fátima Buntinx–, un temple narrativo y un mundo particular más bien oscuro y obsesivo que ya se vislumbraba en los cortometrajes de Rosario García Montero, una realizadora a tener muy en cuenta.
Etiquetas: arte y violencia, cinetismo, Fátima Buntinx, Las malas intenciones, Rosario García Montero, terrorismo
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